- Bueno, quería decirte que todo está bien, conseguí empleo, ojalá este lo conserve, habrá que ver.
Silencio.
- Tu madre creo que está bien aunque hace tiempo que no la veo, tú deberías saber si ella también te visita.
Sopló una brisa que agitó el pasto, para luego desaparecer a lo lejos, muy lejos.
- Eso quería decirte, te veré la próxima semana supongo. Te extraño. Adiós
Ningún sonido rompió aquél denso momento de silencio, nostalgia y amargura, muy a pesar del hombre alto, cabizbajo y melancólico, cuyo deseo era que fuera capaz de esperar un milagro que lo sacara de aquél letargo espiritual en el que se hallaba sumido de hace mucho tiempo. Tomó su boina negra, único vestigio de los tiempos en que sonreía, se enojaba y lloraba y se la puso, miró al frente y empezó a caminar, con una parsimonia de alguien que no quiere seguir avanzando, cuyo único deseo es no tener que moverse más, quedarse ahí y esperar a que un huracán lo borre de la memoria de los hombres para que a la vez él se olvide de su propia existencia, su tristeza, su remordimiento. Estaba a un par de metros de distancia cuando dirigió una última mirada a aquél bloque de cemento, que decía:
Tomás Aldunate Rosas
1995-2003
“Por muy larga que sea la tormenta, el sol siempre vuelve a brillar entre las nubes”
Se quedó ahí un instante, en que el tiempo se detuvo y donde las gotas de lluvia que comenzaron a caer hicieron una pausa en su trayecto hacia la destrucción para darle una última oportunidad a aquella frase, que fue escrita en piedra con la idea de que él fuera capaz de abrazar el concepto de esperanza. Fue inútil, giró la cabeza y siguió su camino, al igual que las gotas de agua que se estrellaban contra el suelo, al igual que el perro destrozado bajo las ruedas de un auto, al igual que un recién nacido cuya única culpa fue olvidarse de respirar, adelantándose a todos en el camino hacia la muerte, el camino que él deseaba con toda su alma y que sin embargo mientras más caminaba mas se alejaba de él.
- Otra vez acá.
Una voz lo sacó de su estupor, levantó la cabeza y miró a aquél hombrecillo, vestido de negro y con un librillo en sus manos.
- Padre Nicanor, tanto tiempo sin vernos.
- No bromee, ha pasado una semana- esperó unos instantes- entre que está empapado y se va a enfermar otra vez, le convido un café.
Asintió y siguió al sacerdote dentro de la parroquia.
- Han pasado 3 años ya, no puede seguir así, su hijo no querría esto.
- Con todo respeto, mi hijo murió, por lo que no tiene mucho que decir.
- Me dice usted esto y aún así viene todas las semanas a hablarle por horas hasta que termina en el hospital con neumonía por enésima vez – Le dijo el párroco- Es como si quisiera morir.
- Eso es justamente lo que deseo y usted lo sabe bien- espetó el padre.
- ¡Hombre! ¡No diga estupideces!- bramó el cura- Tú lo que quieres no es morir, quieres que Tomás viva.
- ¿Hay algo de malo en eso? ¿Soy una persona terrible por querer ver crecer a mi hijo, verlo en sus presentaciones del colegio, conocer a su novia, estar en su matrimonio?- preguntó-¿Tiene algo de malo…- y en ese momento se le quebró la voz-…querer que haya sido mi hijo que me enterrara a mí y no al revés?
El padre Nicanor lo miró con infinita compasión y le puso una mano en el hombro mientras decía:
- No, en absoluto, pero debes comprender que él se fue a otro lugar, y que tú no puedes seguirlo a él. Tú debes seguir tu propio camino.
- ¿Usted cree que el hombre es dueño de su destino?
- Es más complicado que eso.
- Responda sí o no.
- Bueno…sí.
- Muchas gracias, eso era lo que necesitaba saber.
Tomó un último sorbo de café, se paró y con una energía que no se le veía de hace años salió caminando por la puerta.
- Dios mío, está a punto de hacer algo estúpido.
Fue corriendo hacia el acantilado que estaba a pocos metros de distancia y vio una solitaria figura parada en el borde.
- ¡No seas insensato hombre! ¡Así no lograrás que Tomás vuelva a ti!
Unos ojos con un brillo anormal atravesaron al padre Nicanor.
- Le encuentro toda la razón padre, pero de este modo podré ir yo a él.
- ¡Luis, no lo haga, aún queda mucho por lo cual vivir!
Luis se dio vuelta, sonrió una última vez al padre, pálido y sudoroso frente a tal acto de desesperación y murmuró, en un volumen casi imperceptible:
- Voy a ir a ver a mi hijo, al fin veré a mi Tomasito.
Y se lanzó… se lanzó a las fauces del mar, bravo como no se había visto en una vida, hambriento de sangre, de lágrimas, de amargura.
- Por favor, ten piedad de su alma- dijo el padre Nicanor, llorando mientras veía desaparecer a aquél hombre bajo un manto azul de furia y falsa redención.
FIN
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